Imbuida en la fiebre televisiva actual por las series norteamericanas, hace unos días me introduje en The Newsroom, la última creación de Aaron Sorkin, autor entre otras del Ala Oeste de la Casa Blanca, y tengo que decir que me quedé enganchada. Como periodista, porque se me erizó el vello al recordar porqué elegimos esta profesión: para llegar a la verdad, o al menos intentarlo, y comunicarla sin ninguna injerencia, sea ésta el nivel de audiencia, los intereses comerciales, el Gobierno o cualquier otro tipo de poder fáctico que regula y a veces ahorca nuestras vidas.
La secuencia se desarrollaba en un plató de televisión donde un presentador de informativos interrumpía la programación para comunicar el intento de asesinato de un congresista y se mantenía firme en el diagnóstico del herido pese a que el resto de las cadenas de televisión ya le habían dado por muerto, en un afán de que la verdad no les estropease un buen titular.
Ese capítulo me hizo reflexionar sobre nuestro trabajo como profesionales de la comunicación y la ética que siempre debe imperar en todo lo que hacemos. Sólo hay una verdad y diferentes formas de presentarla y es en este pequeño espacio donde hemos de movernos, sobre todo, en lo que a una estrategia de comunicación de crisis se refiere. Como casi todo en esta vida se trata de un juego de intereses: por un lado contamos con la información/versión de la empresa a la que representamos y por otro con el interés/titular del periodista. En estas circunstancias debemos comportarnos con la precisión de un cirujano no tanto para que ninguno de los intereses sea perjudicado sino para que nuestro oficio se rija por la ética y la verdad prevalezca. Aunque intentemos que la verdad no perjudique a nuestro cliente.
Por Cristina Rubio, consultora senior.
@Cristina_RubioP
