El compromiso con los que no pueden quedarse en casa

Al tiempo que todas las voces insisten en la necesidad de no salir de casa mientas dura esta cruel crisis, cientos de miles de personas -no solo sanitarios- tienen que seguir acudiendo a su puesto de trabajo para que la sociedad no colapse. ¿Cómo pueden sus empresas apoyarlos y estimular su compromiso ante una situación tan excepcional?.

¿Con qué ánimo y ganas vas a trabajar cuando por salir de casa, por el contacto con otras personas –clientes, pacientes, compañeros, viajeros del metro…- o por tocar las herramientas de trabajo, estás asumiendo un riesgo adicional para tu salud y para la de los tuyos?

Escuchas a todas horas a las autoridades y a los medios de comunicación insistiendo en la necesidad de quedarse en casa, pero tú tienes que salir.

Ves reportajes en los que hablan de las bondades del teletrabajo y de cómo compatibilizarlo con la vida familiar y tú piensas que ojalá esos problemas fueran los tuyos…

Tú tienes que seguir acudiendo al lugar de trabajo.

Los profesionales de la sanidad tienen asumida esa responsabilidad y la ejercen con un compromiso que nace de la consciencia de la función social que desempeñan, aunque esa importancia no se vea necesariamente reflejada muchas veces en el sueldo que perciben. Tienen por ello, al menos ahora, todo el reconocimiento ciudadano y nuestra merecida admiración.

En esa categoría de sufrido y asumido servicio público están también los policías, los guardias civiles y los militares, a los que parece que todos rehuimos hasta que les echamos en falta y los queremos al lado.

Pero, ¿y las operadoras y los operadores de esos call-centers que atienden los teléfonos de emergencias o de incidencias en los servicios esenciales? ¿Y los conductores de esos autobuses o camiones que tienen que seguir circulando? ¿Y los reponedores del supermercado? ¿Y los que están en las fábricas de productos básicos? ¿Y los empleados de las oficinas bancarias en las que muchos jubilados siguen cobrando en efectivo sus pensiones? ¿Y…?

Oficios muy distintos se encuentran hoy hermanados en una necesidad: la de seguir en sus puestos de trabajo porque su aportación resulta imprescindible para mantener una mínima normalidad social.

Esta situación supone un reto para la comunicación interna de muchas empresas: conseguir que estos empleados acudan a sus puestos de trabajo y que, en los mismos, se esfuercen por aportar un excelente desempeño pese a las circunstancias tan difíciles que les rodean.

Un reto que está contaminado por otra idea, quizá poco estética pero que conviene no olvidar en tanto que ellos seguro que la tienen muy presente: los que tienen que asumir esos riesgos por acudir a sus puestos suelen ser aquellos que tienen los salarios más bajos de sus empresas, mientras que muchos de sus jefes y técnicos “están teletrabajando” (Desgraciadamente, las comillas no nacen del autor, sino de la ironía que utilizan algunos de estos trabajadores forzadamente presenciales cuando hablan del tema).

Hasta aquí, el reto. A continuación, algunas recomendaciones escritas al tiempo que las vamos construyendo y aplicando. Conviene interpretarlas como un conjunto, porque aisladamente corren el riesgo de ser ineficaces:

Evidenciar el valor para la sociedad del trabajo de cada uno. Con la urgencia que exige el momento, debemos anclar nuestra comunicación interna en el porqué del trabajo (por qué lo hacemos, por qué es importante) y no solo en el qué (objetivos, resultados) y en el cómo (estrategias, operaciones), en los que se suele centrar habitualmente la atención de los gestores. Viene bien aquí recordar la conocida diferencia de compromiso que mostraba el picapedrero que construía catedrales frente a su compañero que solo picaba piedra. Alguien debe preocuparse de que ambos picadores comprendan y valoren la importancia y el destino de la piedra y no solo el procedimiento de trabajo a aplicar para arrancarla de la cantera.

Escuchar y tomar decisiones; estar cerca, es momento para adentrarse en el fango. La crisis hace que los problemas operativos, convertidos en amenazas para la salud, se disparen en todos los puestos de trabajo (dificultades para aplicar las distancias mínimas de prevención del contagio, limpieza de herramientas o instalaciones compartidas, horarios que evitan aglomeraciones y facilitan la conciliación…). Las personas exigen respuestas a sus directivos y ellos deben demostrar que las escuchan, que atienden a los problemas y que toman medidas para resolverlos, aunque estas no puedan ser ni completas ni mágicas. Nuestra primera línea necesita sentir que estamos cerca: pueden entender que todavía no dispongamos de mascarillas, lo que no aceptan es que se les ignore.

No es momento de lamentar por no habernos preocupado en el pasado por abrir canales directos para escuchar y dialogar con nuestros empleados, dejando ese espacio libre a la representación sindical. Es momento de improvisar esos canales, utilizando los recursos que sean.

Dar valor al trabajo de todos. Es preciso evidenciar que todos los trabajos son igualmente necesarios, el de los que toman decisiones (quizá desde casa) y el de los que las aplican (quizá desde el puesto de trabajo). La clave está en que esas decisiones sean comprendidas y aceptadas como “lógicas”, “necesarias”, quizá “inevitables”. Aunque pueda parecer obvio, conviene recordar que para que algo sea comprendido, es imprescindible que sea comprensible y creíble. Contado desde el otro y para el otro.

La Alta Dirección debe salir al escenario: Empatía, orgullo y liderazgo. La tensión de la crisis exige que esta sea una conversación entre personas, hay espacio para todos. Para los mandos intermedios, escuchando y explicando; para los directivos funcionales, comprendiendo y tomando decisiones operativas y esforzándose en que estas sean comprensibles…y para la Alta Dirección, que debe tomar la palabra, alta y clara, y demostrar empatía, orgullo y liderazgo. La empatía de quien comprende las emociones de sus equipos y las canaliza de forma positiva; el orgullo de estar al frente de una organización valiente; el liderazgo necesario para conseguir que la organización cumpla con la responsabilidad que ante la sociedad tiene conferida, porque con ello le asegura una posición favorable en el escenario post-crisis. Hacer ahora lo que tenemos que hacer, por duro que resulte, es la mejor forma de ganarnos un futuro; y los empleados tienen que saberlo y que sentirlo.

Obsesión por la credibilidad. Es momento para hablar, pero para que nos crean. Es imprescindible tener “tomado el pulso” de nuestros equipos, en lo racional y en lo emocional, de tal forma que sepamos hasta qué punto podemos tensar nuestra argumentación para acercarla a nuestros objetivos, pero sin romper la cuerda que nos une, una cuerda que tiene nombre: credibilidad.

Ahora más que nunca, la credibilidad de nuestros argumentos está muy relacionada con la empatía que mostremos ante las emociones.

Compartir el reconocimiento y el agradecimiento. Poco a poco, el agradecimiento social va alcanzando a otros sectores de actividad, ampliándose desde el muy merecido que se traslada al personal sanitario. A veces, ese reconocimiento social es espontáneo y puntual (un cliente que felicita, un pasajero que agradece…). Otras veces nace de dentro de la propia organización: unos compañeros que quieren evidenciar y publicitar su compromiso ante sus colegas, buscando el mutuo refuerzo. Debemos recoger esas pequeñas historias y compartirlas dentro de la organización como lo que son: perlas de un esfuerzo colectivo que merece la pena ser reconocido y agradecido. Cuando ir al trabajo tiene un punto de heroísmo social, parece sensato que quien siente que está arriesgando su salud por ir a trabajar pueda sentirse, al menos durante un minuto, así tratado.

Mostrar a la sociedad el orgullo de estar haciendo lo que ella necesita. Es importante poner en valor ante la sociedad los esfuerzos que, como organización y por cada una de nuestras personas, estamos haciendo para prestar el servicio necesario. Sin llamar la atención sobre nosotros, sin voluntad de protagonismos innecesarios, pero dejando claro que estamos ahí, cuando se nos necesita y para hacer excelentemente lo que se espera de nosotros. Más allá de su valor en términos reputacionales, y por ceñirnos a los objetivos de este artículo, hemos comprobado cómo estas actuaciones refuerzan el orgullo de los empleados y, por tanto, su compromiso en el cumplimiento de su responsabilidad. Nadie debiera sorprenderse de ello: en circunstancias difíciles, quieren que su esfuerzo sea conocido y reconocido, tanto dentro como fuera de la organización.

Esta crisis pasará, dejando un recuerdo imborrable en forma de dolor para aquellos que pierdan a alguno o algunos de sus seres queridos. Los que no padezcan esta desgracia harían bien en no olvidar la preocupación, la angustia y el miedo que, en algún momento, todos ahora estamos sintiendo. Ese recuerdo seguro que nos motivará para prepararnos para que la crisis siguiente nos pille mejor prevenidos.

Y, sobre el tema que ocupa este artículo, la gestión del compromiso y de la comunicación interna en las organizaciones, haríamos bien en preguntarnos: ¿era necesaria una crisis de esta intensidad para aprender las siete lecciones antes esbozadas? ¿Acaso no son también perfectamente válidas para los buenos tiempos?

¿Será que gestionar la comunicación interna durante una crisis de dimensión global como esta consiste básicamente en hacer más, mejor y más rápido lo que tendríamos que estar haciendo todos los días?

Autor:

Pablo Gonzalo, Socio responsable del Área de Comunicación Interna Estudio de Comunicación.

 

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