El enemigo no es la tecnología; es el mal periodismo

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La revolución que supone la llegada de las nuevas tecnologías no sólo está afectando a los medios de comunicación como producto, sino también a los propios profesionales de las redacciones, que ven cómo, casi cada día, disponen de nuevas herramientas que facilitan su trabajo. Si bien es evidente que estos instrumentos aportan mejoras a la realización de la actividad periodística en muchos aspectos –aumento del número de soportes a disposición del periodista, inmediatez a la hora de conseguir información, posibilidad de disponer de más fuentes y de llegar a un público más amplio, etc.-, también lo es que facilitan lo que todos conocemos como mal periodismo. La rapidez de los nuevos soportes y su actualización constante hacen que la información publicada sea efímera, y por tanto, su calidad mucho más difícil de controlar.

Por otro lado, la diversidad de fuentes al alcance del periodista le obliga a un trabajo extra que no todo el gremio realiza: el de contrastar su fiabilidad y comprobar la veracidad de la información que le facilitan. Investigar en Google el dato que nos falta y fiarnos de la primera entrada que nos ofrece el buscador no debería ser el sistema, por mucha prisa que tengamos.

Las nuevas tecnologías, por tanto, suponen un reto para las redacciones, pero también para sus profesionales. Y el reto consiste en que esta revolución no traiga como consecuencia un descenso de la calidad, que acarrearía a su vez un debilitamiento de la credibilidad de los medios de comunicación.

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